Capítulo 605
Apenas había pasado la ronda preliminar, ni siquiera había entrado a la competencia oficial, cuando sucedió aquel asunto.
Después de que la echaron de la familia Ramos, nunca volvió a presentarse en esa competencia.
En el fondo, solo había aprendido a correr carros por Nicolás.
Cuando descubrió que todo lo que Nicolás le mostraba era pura falsedad, perdió el interés en cualquier cosa que a él le
gustara.
Ahora que lo pensaba, la invitación de Nicolás para que, siendo una novata, participara en la carrera, no había sido más que un intento de verlo fracasar y reirse de ella.
Ese recuerdo quedaba lejano, perdido seis o siete años atrás.
Sabrina hacía mucho que lo había dejado atrás.
Sin embargo, sin saber por qué, al ver al hombre frente a ella, ese recuerdo volvió de golpe.
Con voz distante, le preguntó:
-¿Qué se le ofrece, señor Castaño?
Fidel entrecerró los ojos, analizándola,
-¿Me conoces?
-¿A poco solo el señor Castaño puede conocerme, pero yo no puedo saber quién es usted? -revíró Sabrina, sín perder la
calma.
Solo bastó ese breve encuentro para que Sabrina se llevara una mala impresión de Fidel.
Para alguien a quien veía por primera vez, un desconocido, resultaba de pésimo gusto que él revelara su identidad tan abiertamente.
Peor aún, los tres títulos que mencionó llevaban una carga especial.
“La exesposa de André“, remarcando que era una mujer divorciada.
“La mamá de Thiago“, subrayando que ya era madre.
“La hija de Martín“, un secreto que casi nadie conocía.
A fin de cuentas, lo que hacía era ponerla en su lugar.
Fidel notó el cambio en el semblante de Sabrina, la manera en que su expresión se volvía cada vez más distante, y entendió que ella había captado el mensaje.
Sí que era lista; con razón Nicolás había terminado perdiendo ante ella.
Habló despacio, cada palabra salía de su boca como un hielo afilado.
-Me da igual cuál sea tu intención con el viejo, pero la familia Castaño no es un juego para ti.
-Sé perfectamente con quién te estás relacionando y por qué te crees tan segura, pero te advierto… -hizo una pausa, fijando la mirada en los ojos de Sabrina, marcando cada palabra.
-Aléjate de Eva. No traigas tus mañas de poca monta contra ella. Si lo haces, aunque seas hija de Martín, no voy a dejarlo
pasar.
Al escuchar esto, Sabrina fingió comprender al fin.
-Ah, con que eres otro de esos que babean por Eva.
Los ojos de Fidel destellaron, oscuros.
-¿Qué dijiste?
Sabrina lo miró con una sonrisa dulce, la voz suave y casi seductora, como agua resbalando entre las piedras.
-¿O me equivoco? Si no eres uno más de los que harían cualquier cosa por ella, ¿entonces con qué derecho vienes aquí a advertirme?
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Capítulo 605
-¿Eres su mejor amigo? Porque, si solo eres un amigo, no tienes derecho a decirme nada.
-¿0 acaso eres el novio de Eva? Porque, que yo sepa, Eva no tiene novio.
El tono de Sabrina se volvió burlón.
-Eva es mi hermana. Tú eres un extraño, vienes a advertirle a la hermana menor. Si mi papá y mi hermano se enteraran, seguro pensarían que quieres sembrar discordia y que solo buscas meterte en la familia Ramos.
-Estoy segura de que mi papá jamás permitiría que Eva se casara con alguien como tú. No vaya a ser que nos traigas problemas en la casa.
Tal como esperaba, el semblante de Fidel se endureció, como si le hubieran dado un golpe donde más le dolía.
El mejor que nadie sabía lo mucho que Martín valoraba las apariencias.
En un arranque, Fidel avanzó un paso, sujetando con fuerza la muñeca de Sabrina.
-¿Me estás amenazando? -le susurró, mirando hacia abajo, y en sus labios apareció una sonrisa peligrosa, cargada de
amenaza.
-¿Sabes qué les pasa a los que se atreven a amenazarme, Sabrina?
La mano de Fidel, fuerte y áspera, apretaba la muñeca de Sabrina con tal fuerza que sentía los huesos crujir bajo su agarre. El dolor le atravesó el brazo, subiéndole hasta el codo.
Sabrina sintió cómo se le enfriaba la sangre.
Para ella, sus manos lo eran todo: para tocar el violín, para pintar, para correr carros… Cuidaba sus manos como si fueran más valiosas que su propia vida.
Intentó zafarse, pero Fidel la sujetaba con una fuerza imposible de romper.
El sudor le corría por la frente, gotas cayendo una tras otra.
Por un segundo, creyó escuchar el crujido de sus propios huesos.
En sus ojos apareció
un brillo helado, una furia contenida.
¿De verdad quería arruinarle la mano?
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