Capítulo 583
-Estamos en Cartagena, ¿qué podría pasar? ¿Acaso voy a llevármelo corriendo de aquí?
Se encogió de hombros y agregó con un tono desdeñoso:
-Además, los Carvalho ni siquiera pueden cuidar a un niño, así que no es mi culpa.
Eva Ramos intentó decir algo más, pero de repente se percató de que André Carvalho y Sabrina Ibáñez acababan de entrar al salón.
-Papá, tenemos visitas -susurró.
Martín giró la cabeza y, al ver a Sabrina, una sonrisa apareció en su rostro.
-¡Sabrina! Qué bueno que viniste.
Sin embargo, en cuanto sus ojos toparon con André, su expresión cambió drásticamente. Frunció el ceño y soltó un resoplido pesado.
-Vaya, pero si es el señor Carvalho. ¿Qué tan ocupado estará uno para que ni siquiera pueda cuidar a su hijo?
André
ya había recibido una llamada de Fernanda Rivera mientras venían hacia aquí. Fernanda le explicó que, cuando llevó a Thiago Carvalho a practicar tiro, se encontró con unas amigas y se puso a platicar. Al despedirse de ellas, Thiago ya no estaba por ningún lado. Fernanda pensó que el niño se había ido solo al campo de tiro, pero al buscarlo, no lo encontró. Después de andar dando vueltas y no hallarlo, al final decidió marcarle a André.
A pesar del reproche de Martín, André no perdió la calma ni intentó defenderse.
-Tiene razón, señor Ramos. La próxima vez tendré más cuidado.
El tono humilde de André logró suavizar un poco la actitud de Martín.
Martín dirigió la mirada a Sabrina y le hizo una seña con la mano.
-Sabrina, ven, siéntate aquí con tu papá.
Sabrina se quedó de pie, sin moverse ni un centímetro.
-Señor Ramos, ¿podría decirnos para qué trajo a Thiago hasta aquí? ¿Cuál es el motivo?
El uso de “señor Ramos” cayó como un balde de agua fría en el ambiente. Incluso Federico Ramos y Eva desviaron la mirada con incomodidad.
Federico fue el primero en endurecer el gesto.
-Sabrina, ¿de qué manera le hablas a tu papá?
Ella lo miró de reojo, sin emoción en la voz.
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Capitulo 583
-¿No fueron ustedes los que dijeron que yo ya no era parte de los Ramos? ¿Tan rápido se les olvidó?
El rostro de Federico se tensó, como si le hubieran arrojado un cubetazo de hielo.
-Eso solo fue un arranque de papá. No deberías tomarlo en serio. Sabrina, tu papá siempre será tu papá. No es correcto que los hijos se la pasen echando culpas a sus padres. Si ahora te disculpas por lo que pasó en aquel entonces, seguirás siendo la hija de la familia Ramos.
Sabrina captó la indirecta de inmediato. ¿Ahora sí se acordaban de la “señorita de la familia Ramos” solo para presionarla con ese título? ¿De verdad creían que le importaba seguir cargando ese apellido?
Con la mirada impasible, respondió:
-Las disculpas se ofrecen cuando uno comete errores: Yo no he hecho nada malo, así que no veo por qué debería disculparme.
La seguridad de Sabrina dejó a Federico desconcertado. No reconocía a la joven que tenía enfrente. La Sabrina que él recordaba, cuando regresó a la familia Ramos, aunque no era la hija perfecta, tampoco solía generar conflictos -salvo por lo de Nicolás Rangel-. De hecho, durante el tiempo que vivió en la familia, su comportamiento fue bastante aceptable.
En cuanto a lo de Nicolás, hasta cierto punto podía entenderlo. Sabrina se había criado en una familia común, sin lujos ni grandes aspiraciones. Recién llegada a la familia Ramos, se sentía insegura. Si Nicolás la trató bien y ella quiso aferrarse a esa oportunidad para ganar un lugar, tampoco era tan extraño.
Sabrina no creció junto a ellos. No podían exigirle lo mismo que a Eva.
Solo le habría bastado decir unas palabras amables, o buscarlos después para aclarar las cosas, y todo habría quedado en el pasado. Pero, para sorpresa de todos, Sabrina había decidido distanciarse de la familia por tanto tiempo.
Federico pensaba que esta vez Sabrina solo quería hacerles ver que las cosas le iban mal. Al final de cuentas, por más discusiones que tuvieran, seguían siendo familia. Los Ramos no iban a perder nada por aceptar de vuelta a una hija más. Si Sabrina quería regresar, podían
aceptarla.
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